Language: EspaƱol

El presente documento tiene por objeto presentar un diagnĆ³stico sobre la justicia restaurativa en el modelo transicional colombiano, particularmente en el marco del ejercicio de las funciones de la JurisdicciĆ³n Especial para la Paz (JEP), asĆ­ como plantear algunas propuestas para su aplicaciĆ³n prĆ”ctica.

El identificador DOI para esta publicaciĆ³n es: https://doi.org/10.5281/zenodo.12697782

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La condicionalidad es una manifestaciĆ³n de la integralidad del Sistema en tanto uno de los principios rectores del mismo y el principal fundamento para efectivamente garantizar la mĆ”xima satisfacciĆ³n posible de los derechos de las vĆ­ctimas en el marco del Sistema Integral.

En el presente documento se presenta un anƔlisis y una serie de consideraciones y sugerencias sobre:

Lo anterior tiene como fuente el Acuerdo Final, los desarrollos normativos y jurisprudenciales, y diferentes tipos de insumos provenientes de intercambios tĆ©cnicos informales con actores del Sistema y expertos en temas de justicia transicional, sobre la condicionalidad y su aplicaciĆ³n en el modelo colombiano. En todo caso, las siguientes recomendaciones propositivas se hacen con la intenciĆ³n de nutrir el debate y bajo el entendido de que se trata de un tema que sigue en construcciĆ³n.

El identificador DOI para esta publicaciĆ³n es: https://doi.org/10.5281/zenodo.12697804

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BOGOTƁ ā€” IvĆ”n Duque, el presidente de Colombia, atraviesa su momento de mĆ”s baja popularidad.

Sus diez meses de gobierno han estado puntuados por altibajos. Cuando decidiĆ³ levantarse de la mesa de diĆ”logo con la guerrilla del ELN como reacciĆ³n a un carro bomba que el grupo puso en una guarniciĆ³n militar en enero de 2019, subiĆ³ de 29 a 42 por ciento y, cuando asumiĆ³ una posiciĆ³n dura contra NicolĆ”s Maduro en febrero de 2019 despuĆ©s de que Juan GuaidĆ³ se proclamĆ³ presidente encargado de Venezuela, su imagen favorable pasĆ³ de 27 a 42 por ciento. Ninguna de las alzas se ha mantenido y hoy Duque tiene solo 29 por ciento de aprobaciĆ³n.

Estos vaivenes de popularidad tienen consecuencias serias sobre la estabilidad de un paĆ­s en transiciĆ³n. Hasta el momento, el presidente ha logrado convertir muy pocos proyectos en leyes en el congreso y enfrenta una grave crisis de seguridad evidenciada en la cantidad de lĆ­deres sociales asesinados: 317 entre 2018 y abril de 2019. Esto pone en riesgo la ejecuciĆ³n del Acuerdo de Paz y podrĆ­a hacer surgir nuevos ciclos de violencia en territorios que antes controlaba la extinta guerrilla de las Farc. La desapariciĆ³n de JesĆŗs Santrich, el exlĆ­der de las Farc, es una nueva prueba para la zigzagueante popularidad de Duque.

Lo cierto es que, cualquiera que sea su posiciĆ³n sobre el Acuerdo de Paz, el presidente no parece entender su mayor oportunidad polĆ­tica: llevar adelante la transiciĆ³n, consolidar la paz y restablecer la gobernabilidad. Siendo Colombia un rĆ©gimen presidencialista, su papel es clave para que la paz cristalice.

El descontento con la situaciĆ³n de Venezuela, el alza en el desempleo, las protestas sociales y la incapacidad para resolver la crisis de infraestructura son algunas de las causas de la baja popularidad de Duque. A esto se suma que los medios han revelado aspectos peligrosos de su polĆ­tica de seguridad y se ha cuestionado su verdadero compromiso con la paz.

Los resultados negativos de sus posiciones sobre la justicia del proceso de paz tambiĆ©n lo han golpeado, como cuando fallĆ³ en su intento por impedir que se expidiera una ley que reglamentaba aspectos clave de la JurisdicciĆ³n Especial para la Paz (JEP).

Esto revela que no solo la popularidad del presidente se ha visto afectada, sino tambiĆ©n su capacidad de liderazgo y la gobernabilidad del paĆ­s. Lograr la paz le costĆ³ al expresidente Juan Manuel Santos terminar su gobierno con uno de los porcentajes mĆ”s altos de rechazo de la historia colombiana.

Por su larga experiencia diseƱando esquemas de transiciĆ³n, Colombia podrĆ­a convertirse en un laboratorio de ideas de construcciĆ³n de paz para el mundo. AsĆ­ como el proceso de democratizaciĆ³n de SudĆ”frica nos ha dado lecciones para afianzar la lucha contra la discriminaciĆ³n racial, Colombia podrĆ­a ser ejemplo de que es posible superar un conflicto armado de cincuenta aƱos.

IvĆ”n Duque tiene en sus manos la paz, una oportunidad demasiado valiosa como para abandonarla. Puede ser que, por convicciĆ³n personal, Ć©l no crea lo mismo; pero tambiĆ©n puede ser que el presidente sea rehĆ©n de un discurso contra el acuerdo o de su partido ā€”que por momentos parece mĆ”s preocupado en afianzar sus posturas, denunciar el pasado y ganar peleas que en acompaƱar los retos del gobiernoā€”. A esto se aƱade un ambiente de intensa polarizaciĆ³n que ha deformado el escenario polĆ­tico y social: quienes defienden la paz han llegado a creer que una ā€œderrotaā€ del presidente puede darle mejores oportunidades al cumplimiento del acuerdo.

Ni lo uno ni lo otro es cierto. Por un lado, la paz necesita una institucionalidad cuya mĆ”xima figura es el presidente. Por el otro, aunque existan dudas del compromiso de Duque con el acuerdo, Ć©l ha manifestado ante la comunidad internacional su voluntad de cumplir con su implementaciĆ³n.

Las transformaciones que propone el acuerdo corresponden a deudas histĆ³ricas y obligaciones bĆ”sicas del Estado colombiano: presencia institucional, salud, educaciĆ³n, seguridad, vĆ­as y oportunidades. Nada de lo anterior es distinto de lo que usualmente tiene que hacer un gobernante. Aunque el liderazgo necesario para impulsar estas transformaciones debe venir de distintas Ć”reas, no solo desde el Estado, es sobre todo responsabilidad del presidente. Duque tiene vĆ­as para lograrlo y, tambiĆ©n, para consolidar victorias para su gobierno.

Eso exigirĆ­a abordar el problema del aumento de cultivos ilĆ­citos con una mirada integral y sostenible; enfrentar la situaciĆ³n de seguridad enfatizando la legitimidad y el respeto de los derechos humanos; impulsar la inversiĆ³n pĆŗblica y privada y las oportunidades para los habitantes de las regiones mĆ”s afectadas por el conflicto; satisfacer los derechos de las vĆ­ctimas, y cimentar el proceso de reincorporaciĆ³n de los excombatientes a la vida civil.

Si asĆ­ lo quisiera, el presidente podrĆ­a disminuir la polarizaciĆ³n y superar la dinĆ”mica de ā€œganar peleasā€.

El cumplimiento de un Acuerdo de Paz y la transiciĆ³n subsecuente toman mucho tiempo, involucran distintas visiones polĆ­ticas y favorecen nuevos liderazgos. Esa es la lecciĆ³n mĆ”s importante que dejĆ³ el proceso de Irlanda del Norte, que ha atravesado conflictos, renegociaciones y hoy enfrenta los efectos del brexit.

Sobreponerse a la polarizaciĆ³n le permitirĆ­a a Duque tener una interlocuciĆ³n mĆ”s tranquila con los sectores de la sociedad civil que desarrollan iniciativas de construcciĆ³n de paz y trabajan por reconstruir los territorios y las comunidades mĆ”s afectadas por el conflicto armado. Le permitirĆ­a ademĆ”s afianzar su liderazgo no solo como cabeza de un bloque polĆ­tico que se oponĆ­a al acuerdo, sino de toda la sociedad colombiana.

La pregunta es si esto generarƭa una ruptura con su partido y su mentor, Ɓlvaro Uribe.

La polarizaciĆ³n genera victorias para determinadas agendas polĆ­ticas. Pero estas a menudo son limitadas y parciales. El partido de Duque, el Centro DemocrĆ”tico, tiene mucho que perder si al cabo de sus cuatro aƱos en el gobierno la transiciĆ³n se frustra. Los ciudadanos, los del campo pero tambiĆ©n los de la ciudad, le cobrarĆ” los resultados del fracaso a su presidencia, y no a Juan Manuel Santos.

Para evitar este revĆ©s, un sector importante dentro del Centro DemocrĆ”tico podrĆ­a adoptar por un discurso mĆ”s moderado que la retĆ³rica actual tan radical, que parece mĆ”s un mensaje de un partido de oposiciĆ³n que de uno en el poder. Al Centro DemocrĆ”tico podrĆ­a convenirle aprovechar las posibilidades del acuerdo y beneficiarse de sus logros mĆ”s tangibles. Si se implementa el acuerdo, podrĆ”n decir que fueron ellos quienes llevaron seguridad, tranquilidad y desarrollo a los territorios que antes estaban abandonados. No necesitan mencionar ni a la paz ni a las Farc, pero tampoco tienen convertirlos en anatema.

Por su parte, los ciudadanos que se consideran defensores del acuerdo, deben entender que una paz sin un compromiso activo del presidente y sin gobernabilidad difƭcilmente serƔ estable y duradera. TambiƩn para construir la paz en Colombia, IvƔn Duque es el presidente.

Originally published in the New York Times 

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Al buscar una soluciĆ³n polĆ­tica a un conflicto armado o a una crisis polĆ­tica, las partes involucradas a menudo recurren a conversaciones secretas en una o varias ocasiones.Ā 

Este Documento PrĆ”ctico de IFIT proporciona un conjunto de conceptos y recomendaciones para el diseƱo efectivo de procesos de negociaciĆ³n secretos que involucran a estados, grupos rebeldes, partidos de oposiciĆ³n y/o grupos de crimen organizado. Se basa en una revisiĆ³n exhaustiva de la literatura existente, entrevistas con expertos y prĆ”ctica discernible.

Esta publicaciĆ³n se basa en la idea de que el secreto es a veces un sine qua non para que se realice algĆŗn tipo de conversaciones entre estados, grupos rebeldes, partidos de la oposiciĆ³n y/o grupos de crimen organizado. Lo que hasta ahora ha faltado es simple, una guĆ­a prĆ”ctica sobre las principales opciones de elecciĆ³n para organizar tales conversaciones.

TraducciĆ³n de la versiĆ³n original en inglĆ©s

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El debate tras el atentado del Eln a la Escuela General Santander se ha concentrado en los argumentos jurĆ­dicos sobre cumplir o no los protocolos, como si esta fuera la Ćŗnica forma de hacer frente a esta guerrilla. MĆ”s importante que eso es la estrategia de seguridad, la eficacia de la justicia y las posibilidades de buscar una salida negociada en un futuro.

La polarizaciĆ³n y, por supuesto, la indignaciĆ³n nos han llevado a tener una mirada de corto plazo sobre los hechos para buscarle justificaciones jurĆ­dicas a las salidas inmediatas de lado y lado. Si el atentado se enmarca o no dentro del Derecho Internacional Humanitario, si estamos obligados a cumplir los protocolos de ruptura de la mesa de negociaciĆ³n ante un hecho considerado terrorista, si estos Ćŗltimos eran una polĆ­tica de Estado o de Gobierno y si obligan al Presidente Duque. Seguido de eso, cuĆ”les paĆ­ses estĆ”n o no con el gobierno y cĆ³mo deberĆ­an responder los demĆ”s.

En un paĆ­s legalista como Colombia, esto desemboca en discusiones de micrĆ³fonos entre abogados de alto nivel tĆ©cnico que podrĆ­an seguir indefinidamente, porque tratan sobre temas sobre los que en algunos casos hay vacĆ­os jurĆ­dicos y en donde abundan posiciones polĆ­ticas contrarias.

Mientras nos detenemos en eso, el mundo y la regiĆ³n tienen los ojos puestos en Colombia, en las posibilidades que tiene una salida negociada a los conflictos armados, en los avances de su transiciĆ³n y en su capacidad de construir paz. Y lo que estĆ” pasando con el Eln por todos los lados pone en riesgo todo lo que hemos construido hasta ahora y exacerba las problemĆ”ticas que traen las disidencias de las antiguas Farc, el aumento de cultivos ilĆ­citos, la minerĆ­a ilegal o el asesinato de lĆ­deres sociales. Por esta razĆ³n, a esta discusiĆ³n y a las decisiones a las que lleguemos hay que darles otra mirada que permita construir fĆ³rmulas para el largo plazo.

El Eln, con un estimado de 1.700 hombres en armas segĆŗn el Ministerio de Defensa, se ha concentrado en controlar los territorios y las actividades ilegales dejadas por las Farc. Hoy tiene presencia a lo largo del PacĆ­fico, especialmente en los departamentos de ChocĆ³, Cauca y NariƱo, en Arauca, Vichada y el Catatumbo, y hacia el sur del paĆ­s en regiones donde habĆ­a estado histĆ³ricamente ausente. El comandante de la Fuerza de Tarea QuirĆ³n, general Ɓlvaro Vicente PĆ©rez, asegurĆ³: ā€œSabemos que hay un concubinato entre el Eln y la subestructura primera de las disidencias de las Farc y vienen haciendo actividades de coordinaciĆ³n para acciones ilĆ­citas, cobros extorsivos, contrabando (…) y hay una distribuciĆ³n de cuotas porque lo que buscan es ganar ambosā€.ā€‹

El atentado a la Escuela de Cadetes de la PolicĆ­a Nacional incluso sugiere, para algunos expertos como Sergio GuarĆ­n de la FundaciĆ³n Ideas para la Paz, que ā€œla tesis que defendĆ­a la derrota prĆ”cticamente absoluta del Eln y que desestimaba su capacidad de daƱo en las ciudades estaba totalmente equivocadaā€.

Con la sostenibilidad de la paz en juego y en un gobierno que tiene como polĆ­tica la estabilizaciĆ³n de los territorios mĆ”s afectados por la violencia, para que en el mediano plazo se pueda gozar de un futuro en el que se cumpla la legalidad, se promueva el emprendimiento y exista equidad, el tema del Eln necesita mucho mĆ”s que una decisiĆ³n contra sus dirigentes.

Necesita una estrategia. Y como el gobierno del Presidente Duque le apuesta a una unidad entre las distintas visiones polĆ­ticas del paĆ­s para lograr consensos mĆ­nimos, algo que no es fĆ”cil en este nivel de polarizaciĆ³n, va a necesitar construir fĆ³rmulas efectivas para controlar la situaciĆ³n de orden pĆŗblico y no generar el pĆ”nico que naturalmente divide a la poblaciĆ³n.

Por eso el gobierno necesita contrarrestar la violencia del Eln, conocer a esta guerrilla para debilitarla, incluirla dentro de las estrategias de lucha contra la criminalidad organizada y dejar sin fundamentos su discurso social. El desarrollo y fortalecimiento del Estado en los territorios y la creaciĆ³n de oportunidades econĆ³micas contribuyen a debilitar la presencia y el discurso del Eln. Esto es especialmente importante en relaciĆ³n con los temas ambientales y de hidrocarburos: el hecho de que existan canales democrĆ”ticos y participativos puede ayudar a debilitar cada vez mĆ”s a esta organizaciĆ³n.

Como parte de todo el debate jurĆ­dico se ha planteado ademĆ”s un falso dilema entre si la polĆ­tica de paz es de gobierno o de Estado. Desde la ConstituciĆ³n de 1991 buscar la paz es una polĆ­tica de Estado; esa fue la gran apuesta de ese momento, ha marcado todas las acciones de nuestras instituciones desde entonces y cada gobierno ha venido usando para ello las facultades que le da la misma ConstituciĆ³n.

Para conseguir los objetivos que se ha planteado el actual Gobierno y consolidar la paz en los territorios, lograr un trƔnsito a la legalidad exitoso y que desaparezcan las condiciones de marginalidad que causan el atraso del campo y en la ciudad, el mismo Presidente Duque con seguridad le apostarƔ a que sus decisiones relacionadas con estos objetivos, sean polƭtica de Estado. Y esto es lo acertado. De lo contrario, las medidas adoptadas no podrƔn tener efectos a largo plazo y se perderƭa el legado que pueda dejar este Gobierno para la historia.

Por ahĆ­ podrĆ­a estar la salida al nudo gordiano que enfrenta el Gobierno. En sus decisiones, y esto incluye la de cumplir o no el protocolo, pensando en el largo plazo y en la necesidad de acabar con una guerrilla tan compleja y tan peligrosa, el gobierno deberĆ­a asegurarse de no limitarse las posibilidades. La oportunidad de continuar con la mesa de negociaciĆ³n que hoy se ve como imposible, puede ser en el futuro la conclusiĆ³n de una estrategia de seguridad exitosa, como la que iniciĆ³ el gobierno de Ɓlvaro Uribe y concluyĆ³, luego de un proceso que se diĆ³ en medio de la confrontaciĆ³n armada, con la firma del Acuerdo de Paz con las FARC en el 2016 y el desarme de 11.384 hombres.

En esto, mĆ”s allĆ” de cualquier argumento jurĆ­dico, la posibilidad de asumir compromisos polĆ­ticos y el principio de buena fe son clave en una negociaciĆ³n. Sin ello no es posible sentar a enemigos histĆ³ricos que tienen relaciones de absoluta desconfianza en la misma mesa. El gobierno debe saber que incumplir los protocolos afecta sus propias posibilidades de buscar salidas negociadas en un futuro. En el pasado (Tlaxcala, por ejemplo), el fracaso de intentos de diĆ”logo ha dado pie a largos perĆ­odos de violencia a raĆ­z de esa pĆ©rdida de confianza. Restablecer mĆ­nimos canales de comunicaciĆ³n ha significado, ademĆ”s, esfuerzos enormes que toman aƱos en madurar.

Aunque la atenciĆ³n de la opiniĆ³n en Colombia se ha enfocado en los protocolos como la medida mĆ”s fuerte posible contra el Eln, es mucho mĆ”s lo que hay para hacer al interior del paĆ­s. La puesta en marcha de los protocolos no implica de ninguna manera el cese de hostilidades, la disminuciĆ³n en la contundencia de la Fuerza PĆŗblica o la interrupciĆ³n de la solicitud de extradiciĆ³n de aquellos que se encuentren en otros paĆ­ses, incluido el territorio venezolano.

Finalmente, la realidad de la regiĆ³n y los acontecimientos recientes de Venezuela tienen un efecto directo en la valoraciĆ³n de esta situaciĆ³n. Al igual que el Eln ya no es un asunto estrictamente de polĆ­tica interna, las decisiones que el gobierno tome en relaciĆ³n con la crisis polĆ­tica de Venezuela afectan la estabilidad y seguridad no sĆ³lo de la frontera sino del paĆ­s.

InSight Crime, en una investigaciĆ³n publicada el 13 de noviembre del 2018, seƱala que el ELN opera en 12 estados de Venezuela (la mitad del paĆ­s) de diferentes formas y con diferentes tipos de incursiĆ³n. “SegĆŗn estos registros el ELN tendrĆ­a presencia en TĆ”chira, Zulia, Apure, Trujillo, AnzoĆ”tegui, Lara, FalcĆ³n, Amazonas, Barinas, Portuguesa, GuĆ”rico y BolĆ­var. AllĆ­ estarĆ­a desarrollando actividades como contrabando de ganado, contrabando de gasolina, cobro de extorsiones, distribuciĆ³n de comida, emisoras de radio, reclutamiento de menores, ataques a funcionarios de cuerpos de seguridad, narcotrĆ”fico y minerĆ­a ilegal, entre otras”.

La situaciĆ³n actual que pone en riesgo la permanencia de Maduro en el poder deja a esta guerrilla en una circunstancia de vulnerabilidad que no puede ser desaprovechada.

Al final, en un mundo que necesita cada vez mĆ”s buscar salidas pacĆ­ficas a los conflictos armados, del desenlace de esto depende que esa siga siendo una opciĆ³n viable, y que Colombia siga siendo pionera en este tipo de procesos.

La situaciĆ³n actual que pone en riesgo la permanencia de Maduro en el poder deja a esta guerrilla en una circunstancia de vulnerabilidad que no puede ser desaprovechada.

El debate tras el atentado del Eln a la Escuela General Santander se ha concentrado en los argumentos jurĆ­dicos sobre cumplir o no los protocolos, como si esta fuera la Ćŗnica forma de hacer frente a esta guerrilla. MĆ”s importante que eso es la estrategia de seguridad, la eficacia de la justicia y las posibilidades de buscar una salida negociada en un futuro.

La polarizaciĆ³n y, por supuesto, la indignaciĆ³n nos han llevado a tener una mirada de corto plazo sobre los hechos para buscarle justificaciones jurĆ­dicas a las salidas inmediatas de lado y lado. Si el atentado se enmarca o no dentro del Derecho Internacional Humanitario, si estamos obligados a cumplir los protocolos de ruptura de la mesa de negociaciĆ³n ante un hecho considerado terrorista, si estos Ćŗltimos eran una polĆ­tica de Estado o de Gobierno y si obligan al Presidente Duque. Seguido de eso, cuĆ”les paĆ­ses estĆ”n o no con el gobierno y cĆ³mo deberĆ­an responder los demĆ”s.

En un paĆ­s legalista como Colombia, esto desemboca en discusiones de micrĆ³fonos entre abogados de alto nivel tĆ©cnico que podrĆ­an seguir indefinidamente, porque tratan sobre temas sobre los que en algunos casos hay vacĆ­os jurĆ­dicos y en donde abundan posiciones polĆ­ticas contrarias.

Mientras nos detenemos en eso, el mundo y la regiĆ³n tienen los ojos puestos en Colombia, en las posibilidades que tiene una salida negociada a los conflictos armados, en los avances de su transiciĆ³n y en su capacidad de construir paz. Y lo que estĆ” pasando con el Eln por todos los lados pone en riesgo todo lo que hemos construido hasta ahora y exacerba las problemĆ”ticas que traen las disidencias de las antiguas Farc, el aumento de cultivos ilĆ­citos, la minerĆ­a ilegal o el asesinato de lĆ­deres sociales. Por esta razĆ³n, a esta discusiĆ³n y a las decisiones a las que lleguemos hay que darles otra mirada que permita construir fĆ³rmulas para el largo plazo.

El Eln, con un estimado de 1.700 hombres en armas segĆŗn el Ministerio de Defensa, se ha concentrado en controlar los territorios y las actividades ilegales dejadas por las Farc. Hoy tiene presencia a lo largo del PacĆ­fico, especialmente en los departamentos de ChocĆ³, Cauca y NariƱo, en Arauca, Vichada y el Catatumbo, y hacia el sur del paĆ­s en regiones donde habĆ­a estado histĆ³ricamente ausente. El comandante de la Fuerza de Tarea QuirĆ³n, general Ɓlvaro Vicente PĆ©rez, asegurĆ³: ā€œSabemos que hay un concubinato entre el Eln y la subestructura primera de las disidencias de las Farc y vienen haciendo actividades de coordinaciĆ³n para acciones ilĆ­citas, cobros extorsivos, contrabando (…) y hay una distribuciĆ³n de cuotas porque lo que buscan es ganar ambosā€.ā€‹

El atentado a la Escuela de Cadetes de la PolicĆ­a Nacional incluso sugiere, para algunos expertos como Sergio GuarĆ­n de la FundaciĆ³n Ideas para la Paz, que ā€œla tesis que defendĆ­a la derrota prĆ”cticamente absoluta del Eln y que desestimaba su capacidad de daƱo en las ciudades estaba totalmente equivocadaā€.

Con la sostenibilidad de la paz en juego y en un gobierno que tiene como polĆ­tica la estabilizaciĆ³n de los territorios mĆ”s afectados por la violencia, para que en el mediano plazo se pueda gozar de un futuro en el que se cumpla la legalidad, se promueva el emprendimiento y exista equidad, el tema del Eln necesita mucho mĆ”s que una decisiĆ³n contra sus dirigentes.

Necesita una estrategia. Y como el gobierno del Presidente Duque le apuesta a una unidad entre las distintas visiones polĆ­ticas del paĆ­s para lograr consensos mĆ­nimos, algo que no es fĆ”cil en este nivel de polarizaciĆ³n, va a necesitar construir fĆ³rmulas efectivas para controlar la situaciĆ³n de orden pĆŗblico y no generar el pĆ”nico que naturalmente divide a la poblaciĆ³n.

Por eso el gobierno necesita contrarrestar la violencia del Eln, conocer a esta guerrilla para debilitarla, incluirla dentro de las estrategias de lucha contra la criminalidad organizada y dejar sin fundamentos su discurso social. El desarrollo y fortalecimiento del Estado en los territorios y la creaciĆ³n de oportunidades econĆ³micas contribuyen a debilitar la presencia y el discurso del Eln. Esto es especialmente importante en relaciĆ³n con los temas ambientales y de hidrocarburos: el hecho de que existan canales democrĆ”ticos y participativos puede ayudar a debilitar cada vez mĆ”s a esta organizaciĆ³n.

Como parte de todo el debate jurĆ­dico se ha planteado ademĆ”s un falso dilema entre si la polĆ­tica de paz es de gobierno o de Estado. Desde la ConstituciĆ³n de 1991 buscar la paz es una polĆ­tica de Estado; esa fue la gran apuesta de ese momento, ha marcado todas las acciones de nuestras instituciones desde entonces y cada gobierno ha venido usando para ello las facultades que le da la misma ConstituciĆ³n.

Para conseguir los objetivos que se ha planteado el actual Gobierno y consolidar la paz en los territorios, lograr un trƔnsito a la legalidad exitoso y que desaparezcan las condiciones de marginalidad que causan el atraso del campo y en la ciudad, el mismo Presidente Duque con seguridad le apostarƔ a que sus decisiones relacionadas con estos objetivos, sean polƭtica de Estado. Y esto es lo acertado. De lo contrario, las medidas adoptadas no podrƔn tener efectos a largo plazo y se perderƭa el legado que pueda dejar este Gobierno para la historia.

Por ahĆ­ podrĆ­a estar la salida al nudo gordiano que enfrenta el Gobierno. En sus decisiones, y esto incluye la de cumplir o no el protocolo, pensando en el largo plazo y en la necesidad de acabar con una guerrilla tan compleja y tan peligrosa, el gobierno deberĆ­a asegurarse de no limitarse las posibilidades. La oportunidad de continuar con la mesa de negociaciĆ³n que hoy se ve como imposible, puede ser en el futuro la conclusiĆ³n de una estrategia de seguridad exitosa, como la que iniciĆ³ el gobierno de Ɓlvaro Uribe y concluyĆ³, luego de un proceso que se diĆ³ en medio de la confrontaciĆ³n armada, con la firma del Acuerdo de Paz con las FARC en el 2016 y el desarme de 11.384 hombres.

En esto, mĆ”s allĆ” de cualquier argumento jurĆ­dico, la posibilidad de asumir compromisos polĆ­ticos y el principio de buena fe son clave en una negociaciĆ³n. Sin ello no es posible sentar a enemigos histĆ³ricos que tienen relaciones de absoluta desconfianza en la misma mesa. El gobierno debe saber que incumplir los protocolos afecta sus propias posibilidades de buscar salidas negociadas en un futuro. En el pasado (Tlaxcala, por ejemplo), el fracaso de intentos de diĆ”logo ha dado pie a largos perĆ­odos de violencia a raĆ­z de esa pĆ©rdida de confianza. Restablecer mĆ­nimos canales de comunicaciĆ³n ha significado, ademĆ”s, esfuerzos enormes que toman aƱos en madurar.

Aunque la atenciĆ³n de la opiniĆ³n en Colombia se ha enfocado en los protocolos como la medida mĆ”s fuerte posible contra el Eln, es mucho mĆ”s lo que hay para hacer al interior del paĆ­s. La puesta en marcha de los protocolos no implica de ninguna manera el cese de hostilidades, la disminuciĆ³n en la contundencia de la Fuerza PĆŗblica o la interrupciĆ³n de la solicitud de extradiciĆ³n de aquellos que se encuentren en otros paĆ­ses, incluido el territorio venezolano.

Finalmente, la realidad de la regiĆ³n y los acontecimientos recientes de Venezuela tienen un efecto directo en la valoraciĆ³n de esta situaciĆ³n. Al igual que el Eln ya no es un asunto estrictamente de polĆ­tica interna, las decisiones que el gobierno tome en relaciĆ³n con la crisis polĆ­tica de Venezuela afectan la estabilidad y seguridad no sĆ³lo de la frontera sino del paĆ­s.

InSight Crime, en una investigaciĆ³n publicada el 13 de noviembre del 2018, seƱala que el ELN opera en 12 estados de Venezuela (la mitad del paĆ­s) de diferentes formas y con diferentes tipos de incursiĆ³n. “SegĆŗn estos registros el ELN tendrĆ­a presencia en TĆ”chira, Zulia, Apure, Trujillo, AnzoĆ”tegui, Lara, FalcĆ³n, Amazonas, Barinas, Portuguesa, GuĆ”rico y BolĆ­var. AllĆ­ estarĆ­a desarrollando actividades como contrabando de ganado, contrabando de gasolina, cobro de extorsiones, distribuciĆ³n de comida, emisoras de radio, reclutamiento de menores, ataques a funcionarios de cuerpos de seguridad, narcotrĆ”fico y minerĆ­a ilegal, entre otras”.

La situaciĆ³n actual que pone en riesgo la permanencia de Maduro en el poder deja a esta guerrilla en una circunstancia de vulnerabilidad que no puede ser desaprovechada.

Al final, en un mundo que necesita cada vez mĆ”s buscar salidas pacĆ­ficas a los conflictos armados, del desenlace de esto depende que esa siga siendo una opciĆ³n viable, y que Colombia siga siendo pionera en este tipo de procesos.

La situaciĆ³n actual que pone en riesgo la permanencia de Maduro en el poder deja a esta guerrilla en una circunstancia de vulnerabilidad que no puede ser desaprovechada.

Originally published in El Tiempo.

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Este libro analiza la fase secreta entre el 2010-2012 de las conversaciones de paz entre el gobierno colombiano y las FARC.

Basado en decenas de entrevistas a personas directamente involucradas, el libro reconstruye los problemas estratĆ©gicos clave y los desafĆ­os de esta fase exploratoria de las negociaciones con las FARC, que precediĆ³ y permitiĆ³ la posterior fase pĆŗblica 2012-2016 que resultĆ³ en un Acuerdo Final.

El identificador DOI para esta publicaciĆ³n es: https://doi.org/10.5281/zenodo.10817930

El identificador ISBN es: 978-84-09-16927-6

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Este libro reconstruye los debates mĆ”s Ć”lgidos de la negociaciĆ³n que llevĆ³ al Acuerdo Final entre el gobierno de Colombia y las FARC.

Se basa en entrevistas realizada a integrantes de la delegaciĆ³n del Gobierno, incluyendo a los diecisĆ©is expertos del Fondo de Capital Humano para la transiciĆ³n colombiana de IFIT. El Fondo busca evitar la tĆ­pica dispersiĆ³n de la memoria y el conocimiento institucional cuando termina una negociaciĆ³n y comienza una fase de consolidaciĆ³n de la paz.

El identificador DOI para esta publicaciĆ³n es: https://doi.org/10.5281/zenodo.10813237

El identificador ISBN es: 978-84-09-06162-4

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Antes asociĆ”bamos la seguridad con la guerra, por eso nos cuesta pensar que es necesaria para la paz. La estabilidad del Acuerdo no solo depende de que no lo hagan trizas, sino tambiĆ©n de que lo logren proteger de las amenazas que trae el posconflicto 

Este texto fue escrito en coautorĆ­a con JuliĆ”n ArĆ©valo.

Como antes asociĆ”bamos la seguridad con la guerra, nos cuesta pensar que hoy es necesaria para la paz. Pero la estabilidad del Acuerdo no solo depende de que no lo hagan trizas, sino tambiĆ©n de que lo logren proteger de todas las amenazas que suele traer el postconflicto.  

Son varios las realidades que actualmente preocupan: grupos como el ELN, ahora fortalecido, el crecimiento de las disidencias de las Farc, las bandas criminales, los carteles mexicanos que actĆŗan en territorio colombiano, los cultivos ilĆ­citos que han crecido a picos histĆ³ricos y la situaciĆ³n de los lĆ­deres sociales que siguen siendo asesinados o amenazados.

No es una realidad Ćŗnica a Colombia: tras procesos de paz como el de Irlanda del Norte, SudĆ”n e incluso nuestro paĆ­s en negociaciones anteriores, surgieron nuevos grupos armados y se fortalecieron otros despuĆ©s de la firma. 

La situaciĆ³n actual, en todo caso, es alarmante. La cifra de disidentes de las Farc oscila entre 1.100 y 1.500, hay 25 estructuras en proceso de rearme, la guerrilla del ELN ya cuenta con mĆ”s de 1.700 hombres en armas y los cultivos de coca llegaron a la cifra mĆ”s alta desde que hay registros. La combinaciĆ³n de estos problemas es quizĆ”s el mayor obstĆ”culo para que se termine el conflicto armado. 

AĆŗn asĆ­, la visiĆ³n de la seguridad hoy deberĆ­a ser distinta a la del 2002 y reconocer las diferencias entre los territorios de Colombia, entre los riesgos y en la manera como pueden verse afectados. Esta visiĆ³n deberĆ­a hacer uso de herramientas como las que ofrece el Acuerdo de Paz con las Farc y vincular a los ciudadanos para que participen mĆ”s activamente en su diseƱo, se apropien de ella y ayuden a ponerla en marcha. 

Desde el Instituto para las Transiciones Integrales reunimos las cinco recomendaciones principales al gobierno en materia de seguridad para la paz:

1. Cada territorio tiene necesidades distintas en seguridad

En algunas zonas donde operaban las Farc avanza la presencia del Estado, en otras ha crecido la presencia del ELN, de otros grupos armados o de disidencias de las Farc, o estƔn siendo disputadas por varios grupos. En el Pacƭfico, por ejemplo, hay 14 estructuras armadas asociadas a disidencias de las Farc, mientras que en Norte de Santander estƔn Los Pelusos, con cerca de 1.600 hombres, quienes recientemente han incursionado en el sur del Valle y en el norte del Cauca.

En cambio, en departamentos como el Cesar o regiones como el sur del Tolima, las condiciones de seguridad han permitido que avance la implementaciĆ³n de los acuerdos.

Por eso, el gobierno deberĆ­a darle una respuesta distinta a la situaciĆ³n y las amenazas de seguridad en cada territorio. En algunos casos habrĆ” que fortalecer la presencia militar y en otros la de una policĆ­a que trabaje de la mano con la ciudadanĆ­a.

2. La seguridad en el campo debe escuchar a la ciudadanĆ­a

Pensar la seguridad en el campo tiene muchos retos: dejar de lado la visiĆ³n urbana que ha predominado, entender las necesidades especiales de las zonas rurales, fomentar la convivencia y promover nuevas reglas de juego. 

Se requiere pensar desde lo local. Esto significa que deben ser los alcaldes, gobernadores y la comunidad quienes identifiquen los problemas de seguridad de cada sector y la manera como pueden responderse. Cada comunidad tiene una visiĆ³n distinta de lo que su territorio requiere para el retorno de exguerrilleros, el acompaƱamiento a las victimas o las amenazas de grupos ilegales de distintos tipos. 

Para eso se podrĆ­an aprovechar las medidas que estĆ”n en el Acuerdo Final sobre garantĆ­as de seguridad y lucha contra las organizaciones criminales y el narcotrĆ”fico. Igualmente, podrĆ­an ponerse en marcha aquellas orientadas a la protecciĆ³n colectiva a las comunidades o los pactos regionales orientados a buscar la convivencia pacĆ­fica.

3. Atender las necesidades de los excombatientes de las Farc

Como resultado del proceso de paz con las Farc se desmovilizaron cerca de 11.384 miembros de la organizaciĆ³n (incluyendo milicianos y personas que estaban privadas de la libertad). Sin embargo, genera zozobra la situaciĆ³n de las disidencias, especialmente en Cauca, NariƱo, Guaviare, CaquetĆ” y Meta.

Colombia debe aprender de su experiencia de 15 aƱos de trabajo en reincorporaciĆ³n, especialmente en apoyo psico-social y en el acompaƱamiento a estas personas a crear nuevos proyectos de vida. Sin embargo, la realidad es que hoy todavĆ­a no existe un camino claro que identifique todos los elementos de la reincorporaciĆ³n en el tiempo y que atienda a las necesidades de los excombatientes de manera integral. 

Si rĆ”pidamente los exguerrilleros de las Farc no cuentan con suficiente informaciĆ³n sobre su reincorporaciĆ³n econĆ³mica y su situaciĆ³n jurĆ­dica, serĆ” muy difĆ­cil que cuenten con la motivaciĆ³n y los incentivos suficientes para permanecer en la legalidad. 

4. Atacar con fuerza a grupos armados y actividades ilegales 

En el postconflicto, diferentes grupos tratan de arrebatarse los negocios ilĆ­citos, lo que afecta el contexto social, econĆ³mico y de seguridad de las regiones y les impiden cualquier transformaciĆ³n que pueda venir por cuenta de la paz. 

Los disidentes de las Farc, por ejemplo, se han concentrado en consolidar estructuras de financiamiento como el control de cultivos ilĆ­citos y de las rutas de narcotrĆ”fico, la minerĆ­a ilegal y la recuperaciĆ³n de caletas no declaradas.

En el sur del paĆ­s, por ejemplo, las disidencias lideradas por Gentil Duarte estĆ”n involucradas en la negociaciĆ³n de cocaĆ­na con los carteles de MĆ©xico y Brasil. En el Meta, el cobro de extorsiones ha vuelto a ser un problema, y en NariƱo los enfrentamientos con el ELN dejaron hace poco 13 personas muertas en MagĆ¼i PayĆ”n.

Por eso, cualquier estrategia debe complementarse con acciones fuertes para combatir las actividades ilegales que mantienen en vilo a las regiones. En particular frente al narcotrĆ”fico y lavado de activos, para controlar la comercializaciĆ³n e importaciĆ³n de insumos y precursores quĆ­micos requeridos para la producciĆ³n de drogas, y contra la extorsiĆ³n, la minerĆ­a ilegal, el contrabando de gasolina y los ataques contra la infraestructura.

5. Cambiar el enfoque hacia el problema de los cultivos ilĆ­citos

Durante los Ćŗltimos 5 aƱos las hectĆ”reas cultivadas de coca en el paĆ­s se han multiplicado por cuatro. En este tiempo se han cometido errores en la forma como se ha tratado el fenĆ³meno, como la polĆ­tica fundada en subsidios a los cultivadores a cambio de su promesa de erradicar, la intermediaciĆ³n de las Farc en los compromisos entre las comunidades y el Estado, y una escasa inversiĆ³n en bienes pĆŗblicos rurales como las vĆ­as.

Esos esfuerzos aislados que ni controlan el crecimiento, ni ofrecen alternativas a las comunidades, evidencian la necesidad urgente de unificar las estrategias de erradicaciĆ³n y sustituciĆ³n de cultivos ilĆ­citos, pensando en que estas sean a la vez efectivas, secuenciales, sostenibles en el tiempo y tengan en cuenta las caracterĆ­sticas diferentes que tiene cada territorio. 

Es necesario que desde el gobierno se piense en polĆ­ticas que combine incentivos y castigos. Esto puede ser, por un lado, pactando acuerdos de sustituciĆ³n con las comunidades afectadas y, por otro, haciendo uso de la erradicaciĆ³n forzosa cuando no se logre llegar a acuerdos, o cuando se pueda comprobar que el dueƱo del cultivo no es un campesino sino un narco.

*** 

Por Ćŗltimo, y no por eso menos importante, el gobierno necesita enviarle un mensaje claro a la fuerza pĆŗblica frente a cuĆ”l es la polĆ­tica sobre la que se estĆ” trabajando y cuĆ”l su rol en el contexto actual, que incluya las transformaciones de la paz pero tambiĆ©n la contundencia.

Que el gobierno de Duque le meta la ficha a la seguridad no quiere decir que va a hacer trizas el Acuerdo.

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Era previsible que la paz en Colombia enfrentara dificultades. Era previsible en un paĆ­s que sigue teniendo grupos criminales que amenazan a la poblaciĆ³n civil, otra guerrilla activa ā€”el EjĆ©rcito de LiberaciĆ³n Nacional (ELN)ā€” que estĆ” presente en buena parte del territorio, 144.000 hectĆ”reas de cultivos ilĆ­citos8,6 millones de personas que sufrieron el impacto del conflicto armado por mĆ”s de medio siglo y una tasa de pobreza que afecta a uno de cada tres colombianos en las zonas rurales.

Por si fuera poco, las campaƱas electorales rumbo a la primera vuelta de las presidenciales ā€”el 27 de mayoā€” han dejado tambaleante el proceso de paz. IvĆ”n Duque, el candidato del partido del expresidente Ɓlvaro Uribe, encabeza cĆ³modamente las encuestas y representa al amplio sector polĆ­tico que liderĆ³ la campaƱa del no al plebiscito por la paz de octubre de 2016, que despuĆ©s de ganar obligĆ³ a una revisiĆ³n del acuerdo firmado por el presidente Juan Manuel Santos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). Duque tambiĆ©n ha sido uno de los crĆ­ticos mĆ”s destacados de la participaciĆ³n polĆ­tica de la exguerrilla y del sistema de justicia transicional derivado del acuerdo. Las dificultades del presente pueden transformarse muy pronto en una crisis que ponga en riesgo los acuerdos y amenace la paz.

Para conjurar esta posibilidad y salvar la reciĆ©n adquirida pacificaciĆ³n de Colombia, se necesitan los mismos tres ingredientes con los que se llegĆ³ a la firma del acuerdo y que ahora la tienen en jaque: credibilidad, voluntad polĆ­tica e inclusiĆ³n. Y un nuevo gobierno puede ser el vehĆ­culo para esto.

La credibilidad fue clave para que el gobierno de Santos y las Farc se sentaran y firmaran la paz; pero se vio fuertemente afectada desde que mĆ”s del 50 por ciento del paĆ­s dijo no en el plebiscito del 2 de octubre de 2016. Este resultado aumentĆ³ la polarizaciĆ³n y reforzĆ³ la divisiĆ³n interna entre quienes apoyaban y quienes rechazaban las negociaciones.

El gobierno se sentĆ³ con la oposiciĆ³n a revisar lo acordado, pero pese a los cambios significativos en el nuevo acuerdo, aprobado por el Congreso y la Corte Constitucional, la oposiciĆ³n siguiĆ³ insistiendo en que los colombianos lo habĆ­an rechazado democrĆ”ticamente y que, aun asĆ­, el gobierno lo estaba imponiendo.

Ni siquiera hechos histĆ³ricos como el desarme de aproximadamente ocho mil guerrilleros en solo ocho meses hizo confiar en la paz a la escĆ©ptica Colombia urbana.

En el escenario de un gobierno saliente con muy baja aceptaciĆ³n y una oposiciĆ³n con altĆ­sima popularidad, dos mensajes contradictorios, pero igualmente pesimistas, reverberan en la poblaciĆ³n. El primero es la impunidad: la percepciĆ³n de que las Farc no entregaron todas sus armas y bienes, que muchos exguerrilleros continĆŗan vinculados al narcotrĆ”fico y que, por tanto, no habrĆ” justicia. El segundo afirma que el gobierno incumple el acuerdo porque aĆŗn no ha hecho llegar la inversiĆ³n pĆŗblica a los territorios que fueron mĆ”s castigados por la violencia, no ha logrado avances consistentes en la reincorporaciĆ³n a la vida civil de los exguerrilleros y no consiguiĆ³ que se aprobaran todas las normas necesarias en el Congreso. Estos factores tambiĆ©n le han restado confianza a la paz.

DespuĆ©s viene la voluntad polĆ­tica. Pese a las diferencias con la oposiciĆ³n, Santos puso los diĆ”logos de paz en lo mĆ”s alto de sus prioridades hasta conseguir firmarlos. Sin embargo, en su implementaciĆ³n perdiĆ³ el impulso.

Poner a andar la ā€œpaz territorialā€ de la que habla el acuerdo requerĆ­a una enorme capacidad de coordinaciĆ³n y significaba hacer algo que ningĆŗn gobierno habĆ­a hecho antes: llevar las instituciones del Estado a los territorios. Y eso se logrĆ³ gracias a la voluntad polĆ­tica. Pero ni la Alta ConsejerĆ­a para el Postconflicto ni las otras entidades que Santos creĆ³ han logrado que las inversiones sociales y productivas lleguen a donde estĆ”n destinadas a la velocidad necesaria y, al contrario, el manejo de los recursos estĆ” generando dudas serias.

Lo anterior, sin embargo, no quiere decir que el Ćŗnico camino a futuro sea hacer trizas el acuerdo ni que ya sea muy tarde para ponerlo en prĆ”ctica. Para el nuevo gobierno ā€”que comenzarĆ” en agostoā€” podrĆ­a resultar mĆ”s costoso deshacer los avances de la paz que consolidarlos.

Producto del proceso de paz, 225 municipios (de 635) han sido declarados libres de minas antipersonales, 97 normas ā€”que abarcan desde la justicia transicional y la participaciĆ³n polĆ­tica hasta el desarrollo rural y la reintegraciĆ³nā€” estĆ”n listas para entrar en funcionamiento, la tasa de criminalidad a nivel nacional ha bajado a niveles histĆ³ricos y la agricultura ha crecido en un 4,9 por ciento. Y, lo mĆ”s importante, las Farc dejaron de ser un grupo armado y entraron en la vida polĆ­tica con el partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del ComĆŗn, que obtuvo mĆ”s de 85.000 votos en unas elecciones legislativas transparentes y democrĆ”ticas.

AdemĆ”s, ya estĆ” funcionando un Sistema integral de Verdad, Justicia, ReparaciĆ³n y no RepeticiĆ³n para satisfacer los derechos de las vĆ­ctimas a la verdad, la justicia y la reparaciĆ³n. Este sistema incluye el primer tribunal en el mundo originado en una mesa de negociaciĆ³n para juzgar y sancionar a los responsables de los crĆ­menes mĆ”s graves.

Con voluntad polĆ­tica, el nuevo gobierno puede capitalizar estas conquistas.Finalmente, estĆ” la inclusiĆ³n. La negociaciĆ³n de la paz permitiĆ³ incluir a las Farc en las discusiones sobre cĆ³mo emprender las transformaciones que necesita Colombia. El nuevo gobierno puede incluir en la fase de implementaciĆ³n a todos aquellos que durante la campaƱa del plebiscito decĆ­an ā€œPaz sĆ­ pero no asĆ­ā€ y que hoy se sienten excluidos.

DespuĆ©s de distintas conversaciones con los lĆ­deres del no al acuerdo de paz, hemos visto desde el Instituto para las Transiciones Integrales (IFIT) que su oposiciĆ³n no les amarra las manos para que, en un posible gobierno, aprovechen los esfuerzos que Santos iniciĆ³.

En medio del radicalismo y la polarizaciĆ³n de las elecciones, es necesario recuperar los puntos de encuentro desde los cuales se pueden forjar consensos polĆ­ticos.

Las distintas facciones coinciden en la necesidad de garantizar condiciones de seguridad en los territorios mĆ”s afectados por el conflicto, garantizar servicios bĆ”sicos como educaciĆ³n y salud, asegurar la reincorporaciĆ³n de los excombatientes, promover la reconciliaciĆ³n y reparar a las vĆ­ctima. Estos mecanismos de justicia transicional han funcionado en otros paĆ­ses con conflictos armados, por ejemplo, Irlanda del Norte. En 2006, distintos partidos polĆ­ticos superaron la polarizaciĆ³n y concertaron preservar el acuerdo de paz de Saint Andrews. En la Colombia de 2018, el nuevo gobierno debe buscar la reconciliaciĆ³n y dejar atrĆ”s las posiciones mĆ”s radicales.

Los excombatientes de las Farc tendrƭan que desprenderse de la letra menuda del acuerdo, comprender con humildad el dolor de las vƭctimas y de una sociedad que lleva mƔs de cinco dƩcadas con la violencia de las guerrillas, y valorar la importancia de la legitimidad del proceso.

El prĆ³ximo presidente, por su parte, tendrĆ” las mismas obligaciones sociales y deudas en seguridad en los territorios mĆ”s afectados por el conflicto que sus antecesores. Por eso, deberĆ­a cumplir los compromisos con las vĆ­ctimas y los desmovilizados y, sobre todo, impulsar las medidas de desarrollo rural y participaciĆ³n polĆ­tica planteadas en el acuerdo y pensadas para prevenir la reinstauraciĆ³n del conflicto armado. Sin inclusiĆ³n, la paz podrĆ­a escurrĆ­rsenos de las manos.

Una adecuada combinaciĆ³n de confianza, voluntad polĆ­tica e incorporaciĆ³n de todas las fuerzas polĆ­ticas garantizarĆ­a que el proceso de paz en Colombia pueda sobrellevar las incertidumbres actuales y asegurar una paz duradera.

Originally published in The New York Times.

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Antes que simplemente prometer justicia o no impunidad, los partidos deberĆ­an plantear de manera responsable de quĆ© manera van a continuar con la satisfacciĆ³n de los derechos de las vĆ­ctimas.

Las Ćŗltimas noticias sobre la JEP y la tensiĆ³n que dejĆ³ el plebiscito alimentan todos los dĆ­as la polarizaciĆ³n. Los debates presidenciales se quedan en lo superficial: apoyan o rechazan el proceso de paz y/o su implementaciĆ³n, sin entrar en mayor detalle.

Pero la discusiĆ³n deberĆ­a ir mĆ”s allĆ”, analizar lo ya avanzado y lo que estĆ” pendiente, pensar si hay reformas que puedan hacerse que no afecten el corazĆ³n del Acuerdo y, sobre todo, no dejar de lado las expectativas que tienen las vĆ­ctimas, los exguerrilleros, la fuerza pĆŗblica y la sociedad en general. Para contribuir al debate, estos son algunos de los costos que tendrĆ­a acabar con la JEP. 

La incertidumbre de las vĆ­ctimas y de todos los que podrĆ­an ser juzgados

Si se acaba la JEP, es posible que, por los tiempos que se tarda una reforma constitucional en ser aprobada en el Congreso, tengamos que esperar por lo menos un aƱo para saber quiƩn juzgarƔ los crƭmenes cometidos durante el conflicto. Esta incertidumbre tiene tres tipos de consecuencias.

Primero, una sensaciĆ³n de impunidad para la sociedad y las vĆ­ctimas, muchas de las cuales han esperado dĆ©cadas para que la justicia ordinaria dĆ© una respuesta. Al cabo de los aƱos la firma del Acuerdo de Paz habrĆ” dejado decisiones sobre amnistĆ­as u otros beneficios penales y puesto en marcha la participaciĆ³n polĆ­tica de los excombatientes; pero la deuda de justicia por las atrocidades cometidas en el conflicto seguirĆ­a en veremos.

Segundo, la alta inseguridad jurĆ­dica para los miembros de la fuerza pĆŗblica y otros agentes del Estado que han manifestado su interĆ©s y voluntad de someterse a la JEP, con el fin de obtener beneficios penales. Del listado de 1.751 militares y policĆ­as que solicitaron someterse a la JEP, mĆ”s de 1.000 ya se encuentran en libertad condicionada y no es claro quĆ© pasarĆ­a con esas decisiones.

Y tercero, la inseguridad jurĆ­dica para los desmovilizados de las Farc que entregaron sus armas bajo las reglas de la JEP. Esto, sumado a la desconfianza que tienen en el Estado, representarĆ­a un incentivo para volver a la insurgencia. 

Desaparecen la zanahoria y el garrote

Cualquier beneficio en justicia, como las sanciones reducidas, estĆ” condicionado al compromiso de los responsables con la verdad, la reparaciĆ³n y la no repeticiĆ³n. Si no cumplen, enfrentan las consecuencias de un delincuente comĆŗn, penas de mĆ­nimo 15 aƱos.

Sin la JEP se elimina la zanahoria, es decir, las sanciones reducidas y alternativas. Dejar solo el garrote de la justicia ordinaria afecta los incentivos de los responsables para contribuir a la verdad (participando en la ComisiĆ³n de la Verdad y en la bĆŗsqueda de desaparecidos), la reparaciĆ³n y comprometerse con la no repeticiĆ³n. Todo lo anterior hace la diferencia para las vĆ­ctimas y para la reconciliaciĆ³n.

AdemƔs, la justicia ordinaria no ha sido suficiente para hacer frente a los crƭmenes cometidos durante el conflicto armado, eso lo saben las vƭctimas y la sociedad.

Se perderĆ­a credibilidad del Gobierno para negociar acuerdos con grupos al margen de la ley

Acabar con la JEP representa un incumplimiento del Acuerdo Final. Da a entender que esta era una polĆ­tica de Gobierno y no de Estado y que la facultad del presidente de suscribir e implementar acuerdos de paz tiene la misma duraciĆ³n que su periodo.

Un nuevo gobierno que decida acabar con este tribunal enviarĆ­a un mensaje que puede actuar en su contra. Los riesgos de que los exguerrilleros se devuelvan al monte y de que tenga que renegociar con la confianza y la credibilidad resquebrajadas, son enormes.

Adicionalmente, con este antecedente otros grupos armados -como por ejemplo en un futuro cercano el ELN- difĆ­cilmente podrĆ­a contemplar la opciĆ³n del diĆ”logo. 

El Estado queda mal parado ante la comunidad internacional

La comunidad internacional ha respaldado y celebrado casi de manera unĆ”nime el Acuerdo Final. En tan solo la puesta en marcha y fase inicial de funcionamiento de la JEP, CanadĆ”, Alemania, Reino Unido, Suiza, Suecia, Noruega e Irlanda han aportado alrededor de 4.7 millones de dĆ³lares.

Acabar con la JEP puede representar para el nuevo gobierno pegarse un tiro en el pie, pues lo obliga a responder por los recursos de afuera que se invirtieron en su creaciĆ³n.

AdemĆ”s, envĆ­a un mensaje de inestabilidad e incertidumbre ante naciones que han estado comprometidas con la justicia y la construcciĆ³n de paz en Colombia, y con quienes se tienen relaciones estrechas de cooperaciĆ³n. 

El tiempo perdido

Para crear la JEP fue necesario hacer primero una reforma constitucional para el Sistema Integral del que hace parte, y luego una Ley Estatutaria. En las condiciones y tĆ©rminos abreviados y ultrarrĆ”pidos del Fast Track, esta reforma tardĆ³ 11 meses entre la presentaciĆ³n del proyecto ante el Congreso y la aprobaciĆ³n de la Corte. La Ley Estatutaria lleva 8 meses y estĆ” desde el 15 de diciembre en examen de constitucionalidad.

Esto nos dejarĆ­a hasta el momento con por lo menos 15 meses de trabajo del Congreso y de la Corte Constitucional que se habrĆ­an perdido.

Al trabajo y los costos que tiene crear y poner en marcha un tribunal de justicia hay que sumarle los que tendrĆ­a acabar o transformar uno ya existente. Hagan las cuentas.

En un trƔmite ordinario, una reforma constitucional (por la vƭa que sea) no dura menos de aƱo, a lo que habrƭa que sumarle el tiempo que se demorarƭa el nuevo Gobierno diseƱƔndola la reforma, y las leyes necesarias para desarrollarla.

Son, en total, por lo menos dos aƱos en los cuales esas mismas instituciones han dejado de tratar temas igualmente relevantes como la salud, la educaciĆ³n, el empleo, entre otros.

Estos son algunos de los costos que deberĆ­an tenerse en cuenta cuando se plantea reformar sustancialmente la JEP. Por esto el debate considerar unos mĆ­nimos (Ver recomendaciones IFIT) y no se puede quedar en si impunidad o justicia.

Entre otras cosas, los candidatos a la presidencia deberĆ­an responder: ĀæcuĆ”les serĆ­an las reformas que proponen? ĀæcĆ³mo evitarĆ­a que la justicia ordinaria colapse con una tarea de estas dimensiones? ĀæcĆ³mo garantizarĆ­a los derechos de las vĆ­ctimas a la justicia, pero tambiĆ©n a la verdad y a la reparaciĆ³n? ĀæquĆ© pasa con los que ya se han puesto a disposiciĆ³n de la JEP?

Originally published in LaSillaVacĆ­a.

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